Antigua es la anécdota del político que promete un puente para el pueblo, y luego que un campesino le dice que no hay río, el político “honorable” le dice: le hacemos el río también…El ejemplo nos dice mucho sobre los políticos en períodos de campaña, sobre todo de sus falsas promesas.
Una constante histórica de la relación entre gobernantes y ciudadanos (sobre todo desde el surgimiento de la democracia representativa) han sido las promesas.
Cuando la política era local, se establecían relaciones de retroalimentación entre representantes y representados, que se construía en torno al diálogo político entre los ciudadanos. Era la lógica del republicanismo y del federalismo. Con el voto se cedía a uno, el derecho a hablar por el resto.
La creciente centralización del poder político rápidamente se impuso sobre la participación local ciudadana, haciendo cada vez más difícil representar y coordinar los intereses de cientos de miles de millones.
Se generó una nueva forma de relación democrática (lineal y unilateral) que eliminó la vieja retroalimentación del ágora, convirtiendo al ciudadano en un mero receptor de ofertas políticas, que los políticos creen que basta con dar ciertos estímulos para lograr atraerlos.
Así, los candidatos prometen diversas y extrañas cosas, desde felicidad, candados, seguridad, oportunidades, más igualdad, menos corrupción, un gobierno de los mejores, hasta empleos.
Si tomamos en cuenta el nivel de agregación (pues se presume que uno o dos representan los intereses de millones) la mayoría de estas promesas son falsas en varios sentidos. No sólo porque dependen de diversos apoyos y cambios institucionales para ser cumplidas, sino que algunas son tan abstractas que se hace imposible su medición, aplicación y real cumplimiento.
Son falsas porque el nivel de agregación aumenta el problema en cuanto a qué demandas son prioritarias, no sólo porque los intereses individuales chocan entre sí, sino también porque se hace más difícil decidir quién –entre millones- tiene prioridad en cuanto a la representación.
Es decir, el presidente, diputado o senador, no sólo siempre anteponen su intereses personales al de sus electores, sino que además, al tener tantos representados, son incapaces de saber a cuál darle prioridad. Peor aún si éstos no viven ni conocen la localidad que representan y sólo la han recorrido en algún puerta a puerta.
Muchos candidatos a diputados prometen mayor seguridad ¿Cómo lo harán para cumplir con esto a nivel local? ¿Acaso harán proyectos de ley donde se aumente y destine la dotación policial para ese sector, en desmedro de otros?
¿Y por qué un sector merece más dotación que otra? ¿Cómo resuelven eso con otros que prometen lo mismo?
Otros candidatos exacerban aún más sus ofertas, llegando a limites insospechados, y prometen mayor felicidad a los electores. Pero ¿Cómo miden eso? ¿Cómo determinan qué hace felices a millones de personas en un distrito? Más aún, ¿Cómo van a cumplir eso para cada uno, cuando hablamos de millones de seres humanos con motivaciones y problemas distintos?
El nivel de agregación también se aplica en cuanto a los sectores políticos. Es decir ¿Puede un candidato garantizar que nadie de su coalición o alguien ligado a éste, será corrupto en un período de cuatro años o más? ¿Puede garantizar que no habrá nepotismo en cada institución? Difícil, más aún si depende de las personas.
Por eso ¿Un gobierno de los mejores o con nuevos rostros o sin cuoteos? U olvidan que no existen personas y sectores intachables, ni más elevados moralmente, ni absolutamente incorruptibles, o simplemente engañan a los electores como siempre.
Una constante histórica de la relación entre gobernantes y ciudadanos (sobre todo desde el surgimiento de la democracia representativa) han sido las promesas.
Cuando la política era local, se establecían relaciones de retroalimentación entre representantes y representados, que se construía en torno al diálogo político entre los ciudadanos. Era la lógica del republicanismo y del federalismo. Con el voto se cedía a uno, el derecho a hablar por el resto.
La creciente centralización del poder político rápidamente se impuso sobre la participación local ciudadana, haciendo cada vez más difícil representar y coordinar los intereses de cientos de miles de millones.
Se generó una nueva forma de relación democrática (lineal y unilateral) que eliminó la vieja retroalimentación del ágora, convirtiendo al ciudadano en un mero receptor de ofertas políticas, que los políticos creen que basta con dar ciertos estímulos para lograr atraerlos.
Así, los candidatos prometen diversas y extrañas cosas, desde felicidad, candados, seguridad, oportunidades, más igualdad, menos corrupción, un gobierno de los mejores, hasta empleos.
Si tomamos en cuenta el nivel de agregación (pues se presume que uno o dos representan los intereses de millones) la mayoría de estas promesas son falsas en varios sentidos. No sólo porque dependen de diversos apoyos y cambios institucionales para ser cumplidas, sino que algunas son tan abstractas que se hace imposible su medición, aplicación y real cumplimiento.
Son falsas porque el nivel de agregación aumenta el problema en cuanto a qué demandas son prioritarias, no sólo porque los intereses individuales chocan entre sí, sino también porque se hace más difícil decidir quién –entre millones- tiene prioridad en cuanto a la representación.
Es decir, el presidente, diputado o senador, no sólo siempre anteponen su intereses personales al de sus electores, sino que además, al tener tantos representados, son incapaces de saber a cuál darle prioridad. Peor aún si éstos no viven ni conocen la localidad que representan y sólo la han recorrido en algún puerta a puerta.
Muchos candidatos a diputados prometen mayor seguridad ¿Cómo lo harán para cumplir con esto a nivel local? ¿Acaso harán proyectos de ley donde se aumente y destine la dotación policial para ese sector, en desmedro de otros?
¿Y por qué un sector merece más dotación que otra? ¿Cómo resuelven eso con otros que prometen lo mismo?
Otros candidatos exacerban aún más sus ofertas, llegando a limites insospechados, y prometen mayor felicidad a los electores. Pero ¿Cómo miden eso? ¿Cómo determinan qué hace felices a millones de personas en un distrito? Más aún, ¿Cómo van a cumplir eso para cada uno, cuando hablamos de millones de seres humanos con motivaciones y problemas distintos?
El nivel de agregación también se aplica en cuanto a los sectores políticos. Es decir ¿Puede un candidato garantizar que nadie de su coalición o alguien ligado a éste, será corrupto en un período de cuatro años o más? ¿Puede garantizar que no habrá nepotismo en cada institución? Difícil, más aún si depende de las personas.
Por eso ¿Un gobierno de los mejores o con nuevos rostros o sin cuoteos? U olvidan que no existen personas y sectores intachables, ni más elevados moralmente, ni absolutamente incorruptibles, o simplemente engañan a los electores como siempre.