martes, 26 de febrero de 2013

EL MAL SENTIDO DE LA POLÍTICA


En una columna se defiende el derecho a guardar silencio de los candidatos presidenciales Bachelet y Golborne, “para seguir mirando encuestas donde aparecen como victoriosos en sus respectivas primarias”. Se plantea que no habría razón alguna ni siquiera moral –pues las morales son diversas- para exigir a aquellos silenciosos, el uso de la palabra y debatir en el foro público.

Tal defensa, se sustenta en que las encuestas permitirían a los más valorados dentro de las mismas, desligarse de la necesidad del debate y del convencimiento, que sólo serían tareas imperiosas para aquellos con bajos números.

Como en la misma columna se pide una explicación que justifique el obligar al debate. He decidido dar una.

Desde el surgimiento de la democracia en Atenas, el sentido de la política se ha sustentado en la discusión y por tanto en el uso de la palabra. Es en torno al diálogo –y ya no en base a la fuerza- que los asuntos de la polis se abordan en las primeras democracias. No hay otro modo.

Quien guardaba silencio ante los asuntos públicos (por decisión propia o ajena) era excluido del ágora, y en muchos casos era considerado un idiotez (aquel que por motivos diversos no podía de-liberar); o un bárbaro (aquel que no usa la palabra).

Si se aprecia, quedarse callado -que es efectivamente un derecho y una libertad en muchos ámbitos- no es viable en el ámbito de la política. Por lo menos para quien quiere participar en ella.

Un político mudo ante los asuntos de su polis, es una contradicción ambulante. Un oxímoron con pretensiones de poder tanto en la antigua como en la moderna democracia. El político, a diferencia del ciudadano común -aunque también es un ciudadano- es alguien que ha decidido voluntariamente hacer uso de la palabra en el foro. Negarse a hablar, es negar su condición de político.

Creer que el simple hecho de contar con apoyos según las encuestas –que siempre son dudosas como decía Bourdieu- permite excusarse del debate público, es reducir la política y la democracia a una mera forma de dominación carismática. Es tener un concepto de la democracia como si fuera una religión. Es concebir a los ciudadanos como meros devotos que no cuestionan ni discrepan de sus sacerdotes. Es además, una noción extremadamente elitista de la democracia y la política.

Peor aún, es obviar que el juego democrático implica y exige una pugna constante en el espacio de las ideas entre todos los miembros del mismo. Es obviar el sentido deliberativo de la lucha por el poder, tan necesario para la salud de una democracia.

Como vemos, el silencio en política genera un vacío en el espacio político y no contribuye en nada a ampliar dicho espacio, sino a mantenerlo restringido exclusivamente para las cúpulas y las castas políticas. Entre cuatro paredes, tal como se elige un Papa.

La supresión del diálogo en el ámbito político, por parte de los propios políticos, implica el debilitamiento de la democracia y el mantenimiento de una política basada en la fuerza o el mero carisma.

En nuestro caso, nuestra política lleva mucho tiempo basándose en las sonrisas, los carteles fastuosos, y no en las ideas. 

lunes, 4 de febrero de 2013

DERECHOS HUMANOS Y DIGNIDAD HUMANA


El respeto y reconocimiento de la dignidad humana es la base para promover los derechos humanos. No obstante, algunos –incluso algunos de sus eventuales promotores- parecen defender tal dignidad sólo en algunos casos.

El vídeo de una golpiza a una adherente al dictador Pinochet luego del acto realizado en el teatro Caupolicán, la cual es escupida, pateada en el piso e insultada por un grupo de personas, en su mayoría mujeres, abrió nuevamente el debate en torno a los Derechos Humanos y la dignidad humana.

Lo paradójico es que muchos justificaron o “explicaron” el acto de coacción, aludiendo al contexto en que se realizó el escarnio a la mujer; o a la impunidad en que permanecen los crímenes contra los Derechos Humanos cometidos durante la dictadura, lo que provocaría frustración y rabia entre familiares de las víctimas.

Otros, para eludir el claro problema discursivo que genera la clara incongruencia de algunos que, más allá de ejercer el derecho de manifestarse contra el homenaje, golpean y humillan a la mujer en nombre de la Dignidad Humana, aludieron que la agresión no podría enmarcarse en una discusión sobre D.D.H.H, pues éstos competen a relaciones entre el Estado, sus agentes, y los ciudadanos. Por tanto, el único violador de tales derechos sería el Estado.

Bajo ese argumento no habría incoherencia alguna en aquellos que manifestándose contra el homenaje a un violador de Derechos Humanos, golpean y humillan a una de sus adherentes. Sólo sería un delito, al que sería errado considerar como una violación de los D.D H.H. A lo más, podría hablarse de un atentado a los derechos fundamentales (Lo irónico, es que en otras ocasiones se alude a los Derechos Humanos para defender al acceso a ciertos bienes o servicios).

Desde el punto de vista jurídico, el argumento es impecable. Pero desde el punto de vista ético es deporable. La promoción de los Derechos Humanos, cuyo fundamento es el respeto de la dignidad humana, se reduce a una cuestión contextual y utilitaria. Como decía Orwell: habría algunos animales más iguales que otros.

No obstante, en el lamentable crimen de Daniel Zamudio, la posición fue distinta. Constantemente se apeló a los Derechos Humanos, se catalogó como un crimen de odio la brutal golpiza realizada por supuestos nazis, aludiendo que era responsabilidad del Estado y las autoridades gubernamentales evitar crímenes de ese tipo. En el caso de Daniel Zamudio, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo repudió el hecho, aludiendo a la violación a los derechos humanos en su caso.

Entonces, y guardando las debidas proporciones ¿Cuál sería la diferencia de una golpiza y otra? ¿El hecho de morir en una de ellas? ¿Acaso el hecho de homenajear a un dictador (que puede ser considerado un acto errado y cuestionable) justifica recibir una golpiza? ¿Y si la mujer hubiera muerto por la golpiza?

Algunos dirán -como varios lo han hecho- que la mujer estaba apoyando el homenaje a un dictador que violó derechos humanos; o que en parte es culpable al hacer apología de una dictadura; que sabía a lo que iba; y que por tanto, la golpiza se explica (aunque no se justifica) pues ella estaba profesando el odio y yendo contra “el bien común”.

La pregunta es ¿El odio y la violencia se derrotan con más actos de odio y violencia? 
¿Sería legítimo entonces que otros golpeen  y humillen a quienes homenajean a otros dictadores como Stalin o Kim Jong-il; o que hacen apología de dictaduras, por ejemplo?

¿Sería legítimo que un grupo golpee y humille a una persona por considerar que sus creencias o actos -que podemos considerar erradas o de las que discrepamos- van contra el bien común?

¿No es acaso contrario al bien común y al ideal de tolerancia y pluralidad, dejar como precedente que en ciertos casos, algunos merecen golpizas y humillaciones por su credo o ideología por parte de otros? ¿No es eso fascista?